La Iglesia Católica Universal, ha vuelto su mirada en el pasado siglo sobre la piedad popular de forma reiterada, tanto en Iberoamérica como en la Península Ibérica, bien mediante documentos de calado (directorios, cartas pastorales…) bien mediante intervenciones puntuales del magisterio.

Este novedoso protagonismo de la religiosidad popular inspiró en los años noventa del pasado siglo al entonces arzobispo de Sevilla, fray Carlos Amigo Vallejo, a convocar el I Congreso Internacional de Hermandades y Religiosidad Popular que, con el auspicio de la Santa Sede, se celebró en la Catedral de Sevilla entre los días 27 al 31 de octubre de 1999.

La convocatoria estuvo precedida de una fase diocesana de estudio y trabajo en la que participaron más de 4.000 cofrades de toda la provincia. Durante un año, la casi totalidad de las hermandades y cofradías desarrollaron miles de sesiones en las que, en un ambiente de oración, se abordaron temas nucleares de la fe católica y se reflexionó sobre la historia, la realidad y la vocación de las hermandades y cofradías.

La aportación de las parroquias y del clero en estas reuniones fue otro hito importantísimo de la Asamblea Diocesana (como se dio en llamar) ya que, por vez primera en su larga historia, las hermandades y cofradías era analizadas por los propios cofrades como parte de un carisma concreto dentro de la Iglesia.

Como suele ocurrir ante iniciativas de este calado, la organización del Congreso movilizó a prácticamente todas las instituciones de la ciudad, generando una dinámica no solo de colaboración, sino de verdadero interés por participar e integrarse en las actividades de este. El Estado, a través del Ministerio de Cultura, Ayuntamiento, Universidad de Sevilla, medios de comunicación, entidades financieras, empresas, clubes sociales, ejército y un largo etcétera, dieron cobertura material al evento, logrando un alto impacto en la opinión pública local, nacional e internacional.

El desarrollo del Congreso (en el que hubo más de 3.000 inscritos) se estructuró mediante ponencias, mesas redondas y comunicaciones en las que participaron los principales especialistas del momento, tanto laicos como religiosos, provenientes de la propia ciudad, España, Europa y América Latina.

Además de las sesiones científicas, durante todo el mes de octubre se desarrolló un amplísimo programa cultural que abarcó espacios emblemáticos de la ciudad como el Archivo de Indias, Casa de los Pinelo, Casino de la Exposición, hermandades, en el que se incluyeron conciertos, exposiciones, veladas literarias, etc. Las propias hermandades abrieron sus museos y casas de hermandad a los visitantes y, en algunos casos, se montaron los pasos procesionales en los templos

Podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que el I Congreso Internacional de Hermandades y Religiosidad Popular de 1999 supuso el inicio de un cambio paulatino y cualitativo en la concepción de la religiosidad popular que tanto la Santa Sede, los obispos y todo el pueblo de Dios comienza a asumir a partir de esta fecha. Efectivamente, si antes de 1999 se pone en relación las expresiones de piedad popular con la “fe del carbonero” o “fe de los pobres”, enfrentándolas con la liturgia o con otros grupos eclesiales; a partir del año 2000 se comienza a entender al conjunto de manifestaciones de religiosidad popular como verdaderas creaciones de la cultura de cada pueblo, la encarnación de la Iglesia en la vida, la realidad y la sensibilidad de los hombres y mujeres de un tiempo histórico y un espacio determinados. Y todo ello, con un protagonismo nuclear de fieles laicos que organizan y participan activamente en los distintos foros, ponencias y mesas redondas.

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